Te soñé hace unas noches, mientras la ciudad dormía tu alma
y la mía acordaron encontrarse discretas y libres lejos de la cotidianidad,
de lo ordinario y de sus ruidos. En el
sueño te esperaba y una enorme habitación nos albergaba, gocé de tu entrada en
el balcón noctambulo, que daba a otro cielo más estrellado que ese cielo real
bajo el cual descansaban nuestros cuerpos, mientras languidecíamos en medio de
almohadas distantes, allá... allá tú y yo vivíamos, nos contemplábamos al fin,
con los ojos, con las manos, entre alientos. Vi aparecer tu figura… gasas, cristales y maderas, nuestras almas se reconocían, eras
tú, en cadencia, sonrisa y alegría. Desde
el balcón vimos estrellas luminosas, las calles con música y un tiempo viejo al
que volvíamos, ese tiempo que tu esencia ama y que en ensoñación mostrabas. Abandonamos
el balcón, cruzamos la habitación mientras el piso crujía al sentir nuestros
pasos presurosos, un candelabro en lo alto refractaba la luz de las velas, olor
a cera, descendimos las escaleras, sobre nuestras cabezas pendía el señorial
flamero que nos despedía, en la calle había fiesta, jazz, conversaciones y
entre tus manos las mías, desde la calle vi nuestro balcón, de piedra, madera y herrería,
andamos de pies descalzos en medio de la multitud, fiesta, libertad y cercanía. Amanecería
pronto, el alba es el ocaso de los que se sueñan, volvimos a la habitación, nos
despedimos con mil abrazos, sin palabras, con los sentidos llenos, los labios plenos y las almas ya
en añoranza. El alba nos encontró de espíritus entrelazados, la madrugada nos
devolvió hasta nuestras camas, nos disfrazó en el cuerpo, nos arropó con sábanas
y entre almohadas nuestros cabellos revueltos, tú allá, yo acá, distantes en el
mundo que ya despuntaba.
No quería dejar de soñar… pero tú, tú te despiertas
temprano.
Macu. Kitschmacu.