Estoy leyendo algo interesantísimo de Gilles Lipovetsky, en
esta lectura el escritor hace mención de la sociedad del objeto,
es decir aquella que instaura un culto (excesivo) al bienestar material y a los
placeres inmediatos (lo quiero aquí, en este momento, sin espera y de la forma
en que yo exactamente lo imaginé).
Se exalta y se exhibe la “alegría” de consumir, el bienestar
del ocio, la alegría de las vacaciones, el dulce momento del placer y de la
vida resuelta, el confort, el gozo de la novedad, consumimos aquello que tenga una promesa de
felicidad implícita, felicidad individual única y exclusiva. Las preocupaciones
cotidianas de las masas son “satisfechas” con novedades comerciales presentadas
como derechos individuales (que no te digan que tú no puedes tener, es tu
derecho).
“Comprad, gozad, esta es la gran verdad” menciona a tono que
el lector guste interpretar el buen Lipovetsky.
Conformamos pues, masas de consumo hedonistas, exaltadas y
fantasiosas en su individualidad. Este hedonimos individualista trastoca las
formas de compra, el consumo. Como mencioné en un principio, buscamos el placer
inmediato, exhibir la alegría, el ocio, el confort, el gozo, entre 1949 y 1974
el gasto en diversiones se multiplicó por 3.5. Haciendo mella en el hábito del
ahorro y endeudando individuos y familias por cuestión y gusto de las compras
impulsivas que generan placer al instante.
Consumimos realidades escapistas, compramos sueños,
distracciones, sentimos de “de repente” un gusto enorme por los viajes, el sol,
la playa, la montaña, la fun morality.
El absurdo mi amor, el absurdo.
Macu. Kitschmacu.
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