Desde hace
algunos años y no por cuestiones de completo gusto, vanidad, estética o al
menos un poco de salud, realizo caminatas vespertinas, el gigante legendario de
pascal las exige siempre, a la misma hora, con la insistencia y perseverancia de
quien está convencido de que por realeza, por derecho inalienable o simple y
sencillamente porque quiere y puede, le corresponde gozar de esa hora por la
tarde.
Tenemos al menos
cuatro rutas por las cuales podemos ir, y las cuales no seguimos con un orden
establecido, sino más bien por el grado de alegría del buen can, que menea con
cadencia y fino trote su andar por las banquetas. Se detiene justo al salir de
casa, huele, husmea, camina, se detiene, regresa, huele, huele, huele, para después
volver a caminar y tomar la ruta principal (sí, esa que es la primera opción de
las cuatro que tenemos), se detiene, huele, ignora a quien lo llama o a quien
de buena gana admira su tamaño, color o silueta, se vuelve a detener, caminamos
y yo… pienso y repienso en el curso de obediencia canina del que se graduó este
sabueso amante de los caminos vespertinos y las paradas continuas. ¿Será que soy yo la que necesita repetir el
curso para hacer más fluidos los andares?, me saca de estos pensamientos académicos
al primer tirón de la correa, su fuerza, temperamento y vocación exploradora me
recuerda que es su tarde y por tanto debemos seguir por el sendero que su
olfato ha elegido, no más estudios o reglas, que él ya se graduó.
Doblamos a la
izquierda, y nos encontramos con un buen tramo de árboles, algunas flores,
caminos de pavimento, banqueta, autos, ruido de ciudad, cantos de pájaros que
vuelven ya esa hora a sus nidos. Nos detenemos y mientras pascal olisquea un
pedazo de tierra, recuerdo… hace algunos años… ¿Y si no te hubiera llamado?, ¿a
ti también te dolió la distancia?, me gustaba verte, amaba tus visitas por la
tarde, tu voz, las historias, esas que te contaba para que rieras, tu playera
verde. Emprendemos el camino nuevamente, más árboles, mas ruidos de ciudad, la
cadencia y el ritmo que ahora toma nuestra caminata, cruzamos una calle, en la
reja de una casa abandonada y en una nueva pausa, vuelve a mí el recuerdo de la
ansiedad de hace algunos años, esa que brotaba porque te vería pronto, porque
todo se volvía extraño, las historias y tu voz eran distantes, porque la risa se tornaba en furia y el
presente se inundaba de pasado… andamos un poco más, andamos ahora sin
detenernos, con un ritmo danzarín por el camino conocido y explorado, andamos
porque es lo que salimos a hacer.
Hacemos un alto
obligado para volver a casa, nos detenemos porque aún no es seguro cruzar: gente, bicicletas, autos, motos, mi tenis, su correa, tu recuerdo.
Macu. Kitschmacu.