lunes, 30 de mayo de 2016

De como aprender a andar en bicicleta


Eso de andar en bicicleta me resulta bastante terapéutico, no es que sea yo la más sagaz para esto de la pedaleada, (nada más alejado de la realidad).  Mi primera bicicleta fue una de color amarillo con toques rojos, flamantes llantitas laterales para conservar el equilibrio y sin la memoria no me falla, para frenar había que hacerlo a contrapedal, a los cinco años intentar andar en bicicleta era de las cosas más arriesgadas a las que había aspirado en la vida, no recuerdo cómo fue que dejé de usar las llantitas de soporte, pero ciertamente llegó el día en que pude pasear por la calle sin necesidad de usarlas más. Aunque fue, que esa independencia no me aseguró una mayor hermandad con el equilibrio, de hecho pasaba más tiempo  tirada en la calle levantándome por las vueltas mal calculadas, las piedras no esquivadas y los autos estacionados que justamente y como por cosa como de imán, gravitación o por alguna otra teoría física-cuántica que genera la inevitable atracción entre los aprendices de bicicleta y esas máquinas de metal, terminaba yo como fina estampa entre, sobre o contra la carrocería de esos armatostes.

La segunda bicicleta de mi vida, no fue totalmente mía (la compartía con mi hermano), era de un color naranja brillante, asiento negro, frenos que se podían accionar desde los puños y bueno, ostentaba también cierto aire de bicicleta de montaña juvenil con la que ya uno, en edad, podía convivir y participar en las carreritas vespertinas organizadas por mis entonces jóvenes vecinos (carreritas que obviamente nunca gané). En esta época de mocedades, los armatostes estacionados, las piedras, vueltas mal calculadas y por supuesto el siempre fiel pavimento seguían abrazándome y estando ahí listos para acogerme. En verdad las vueltas no eran lo mío. Esa bicicleta naranja, terminó en la casa, taller u oficio de algún desconocido, que decidió así, sin más miramiento entrar a la cochera de nuestra entonces casa familiar y hacerse de ella con fino sigilo.

Pasaron cerca de 15 años cuando decidí que sería buena idea volver a las rodadas, mi equilibrio seguía intacto, las vueltas mágicamente me salían mejor y obviamente en este tiempo transcurrido, las fuerzas gravitatorias, el eje de la tierra, las mareas y todas esas cosas se alinearon a mi favor y alejaron a los vehículos estacionados del perímetro de mi andar. No conforme y bueno, creo que para resarcir la ausencia de velocípedos en mi existir por tantos años, me hice de dos de estos artefactos, ninguno de los dos pertenece a algún linaje real de bicicletas, ni ostentan modernidad, ligereza o ergonomía, una de ellas rechina al frenar, mientras que la otra al pasar por empedrados suena, resuena y hace gala de sinfonías singulares al vibrar su hojalatería por causa de los sinuosos tramos embaldosados. Esta bicicleta sonora de diseño de los ochentas vino a resarcir el anhelo infantil de tener una bici Vagabundo, como la que tenía Rodrigo mi vecino cuando éramos chicos, 30 años después yo también tuve la mía (¡sí!, ¡sí!, ¡sí! y mil veces sí), y bueno… eso de andar en bicicleta aún me resulta bastante terapéutico, libertad, aire fresco, esfuerzo y por supuesto el siempre cálido abrazo del fiel pavimento, que después de tantos años conserva su amor incondicional, y me recibe hoy como entonces con entusiasmo y regocijo.


Macu. Kitschmacu. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario